Los reyes
derrocados que aparecen en los diferentes textos suelen tener una vida
prolongada de forma no natural: trescientos, cuatrocientos, mil años de
edad... No pueden morir hasta que llegue el predestinado. El suyo es un reinado
conservado en estado latente, son heridos, paralíticos o ciegos, que aguardan
al restaurador.
La misión del
héroe consiste en sanar la herida. Transmutar el plomo en oro y realizar así
“el misterio de la Piedra”.
La lanza del
Grial hiere y sana.
La lanza del
Grial suele estar ensangrentada. Esa sangre recuerda la necesidad de un
“sacrificio” como condición previa para que la experiencia del Grial no
resulte letal.
En alguna
versión, el rey no está enfermo, sino que el reino ha quedado devastado porque
nadie ha preguntado a quién sirve el Grial.
Esa
indiferencia, esa incomprensión han generado la gran desdicha.
Cuando llega
Parsifal, el rey ha muerto y su adversario, el rey del Chastel Mortel, se ha
adueñado del Grial, de la lanza y de la espada.
Parsifal vence
al rey enemigo y recupera los objetos sagrados, pero no funda una nueva
dinastía del Grial, sino que se retira con sus compañeros a una vida
ascética.
Una voz divina
le advierte que el Grial sólo volverá a manifestarse en un lugar misterioso
que les será revelado y hacia el que parten Parsifal y los suyos para no
volver nunca.
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