El Reino del
Grial existe.
En él confluyen
todas las tradiciones: las atlánticas, célticas y nórdicas, las mediterráneas,
hebraicas y cristianas: el reino de Arturo y el reino del preste Juan, Avalon y
Tule, Salomón y José de Arimatea, la piedra y el pez...
El Reino del
Grial, ese “Centro”, existe.
A formar parte
de él están llamados los elegidos de todas las tierras.
De él parten
caballeros hacia lejanos países, en misiones secretas.
Nadie sabrá
jamás de dónde vienen verdaderamente ni cuál es su raza ni su nombre.
El Reino del
Grial es una patria que nunca podrá ser invadida, a la que se pertenece por un
nacimiento distinto del físico, por una dignidad distinta de todas las del
mundo, y que une en una cadena irrompible a hombres que se encuentran dispersos
en el mundo, en las naciones, en el espacio y en el tiempo.
Durante unos
años, en la Edad Media, todo el Occidente caballeresco vivió intensamente el
mito del Grial, de sus caballeros y de su búsqueda.
Pero la
necesidad de que un héroe de las “dos espadas”, superador de pruebas naturales
y sobrenaturales, haga la pregunta, plantee la cuestión de sacar a la luz ese
algo que sana, que restituye a la realeza su poder, que restaure lo roto, es
una necesidad de todos los tiempos.
El héroe es el
realizador del misterio del Grial, aquél que él mismo se convierte en el
Grial, una vez realizadas todas las condiciones de la caballería “terrenal” y
de la “espiritual”, una vez que haya conocido el Grial.
Existen textos
en los que el tema se presenta de modo más directo:
El caballero que
ha llegado al castillo se dirige al rey y, saltándose todo ceremonial, le
pregunta: «¿Dónde está el Grial?». Lo cual significa: «¿Dónde está el poder
del que deberíais ser el representante?»
De esa pregunta
procede el milagro.
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