Benedicite parcite nobis.
Por la voluntad que los espíritus malignos ponen
en nosotros, en la carne con la que estamos vestidos, obramos mal.
Nuestros hermanos espirituales nos dicen que
reprimamos todo deseo carnal y toda villanía, y que hagamos la voluntad de
Dios, el Perfecto Bien; pero nosotros no hacemos la voluntad de Dios, sino que
cumplimos con los deseos de la carne y las inquietudes del mundo, a pesar de
que dañamos a nuestros espíritus.
Vamos con la gente del mundo y nos quedamos con
ellos, hablamos y comemos, y pecamos en muchas cosas, a pesar de que dañamos
nuestros espíritus.
Oh Señor, no tengas piedad de la carne nacida de
la corrupción, pero ten piedad del espíritu puesto en prisión.
Dice el Señor en el evangelio de San Lucas (X,
19): "Os he dado el poder de caminar sobre las serpientes y los
escorpiones, y sobre toda la fuerza del Enemigo, y nada os dañará".
Si queréis recibir este poder y fortaleza, es
preciso que odiéis este mundo y sus obras, y todas sus cosas. Ya que San Juan
dice en su epístola (1, II, 15-17): "No améis el mundo, ni aquellas cosas
que están en el mundo. Ya que todo lo que existe en el mundo es codicia de la
carne y orgullo de la vida terrestre, que no es del Padre, sino del mundo; y el
mundo pasará, pero el espíritu vivirá eternamente".
Está escrito en el libro de Salomón (Ec., I, 14):
"He visto todas las cosas que se hacen bajo el sol, y todas ellas son
vanidades y tormentos del espíritu".
Y Judas, hermano de Santiago, dice para enseñanza
nuestra en su epístola (ver. 23): "Odiad este vestido mancillado que es
carnal".
Pater sancte, suscipe servum tuum in
tua justitia, et mitte gratiam tuam et spriritum sanctum tuum super eum.
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