domingo, 10 de julio de 2011

Y sin Él se hizo la Nada


“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Éste era en el principio con Dios.
La vida fue hecha por Él, y sin Él fue hecha la nada.”
(Juan, I, 1-3)

Sin Él fue hecha la Nada.
“La Nada”: El Principio Negativo, el Principio del Mal.
Es decir : Sin Él, sin su participación, se hizo el Demiurgo y, con éste, todo lo que de malo hay en el mundo; se hizo, en suma, el mundo material.

“Lo que en Él fue hecho era la vida, y la vida era la luz de los hombres.”
(Juan, I, 4)

En Él estaba la vida, y sin Él se hizo este mundo de corrupción y muerte.


Este mundo no es obra de Dios. Este mundo es obra del Demiurgo, y en todo lo que a este mundo pertenece late el germen de la putrefacción. En el capullo se oculta el gusano. La belleza del cuerpo pronto se convierte en enfermedad y degeneración. No hay nada en lo que vemos que no esté gobernado por el Principio del Mal. La carne se estropea, las rosas se pudren, el hermoso color azul del cielo es mentira, bajo la belleza de los verdes prados se esconde el mundo feroz de los insectos...

Esta creación cruel y defectuosa no puede ser obra de un Dios Bueno. Estos cuerpos abocados al envejecimiento y el dolor, esta tierra en la que los animales se devoran unos a otros y en la que el aroma de las flores pronto se transforma en pestilencia, no es obra del Dios de la Vida. Allá a donde miremos, tras la apariencia atractiva se oculta la fealdad y la miseria, la desgracia y el deterioro.


La obra de Dios es el mundo del espíritu, el mundo al que realmente pertenecemos, aunque lo hayamos olvidado, aunque el peso de estos pobres cuerpos corruptibles nos impida elevarnos para poder ver el resplendor de la patria perdida. Nos pasamos todo el tiempo prestando atenciones y preocupación a estas vainas mortales en las que el Demiurgo nos mantiene encerrados, a estas creaciones chapuceras del hacedor de la materia, y apenas nos acordamos de nuestro auténtico ser, de nuestro verdadero hogar.


Si lo recordáramos, no nos daría miedo la muerte. Sabríamos que la muerte no es nada, la esperaríamos como la apertura de la puerta de la cárcel, el final del dolor, el retorno feliz a la Luz.

“Lo que en Él fue hecho era la vida, y la vida era la luz de los hombres.”

Al quedar atrapados en estas pobres ataduras, hemos olvidado la auténtica vida, la vida que es luz sin dolor, hemos olvidado que somos espíritu creado por el Espíritu, luz creada por la Luz, vida creada por la Vida. 


Si lo recordáramos, la muerte sería el momento más feliz de nuestra estancia en la Tierra. La muerte es el final de las preocupaciones que nos agobian, del miedo que nos atenaza, de la enfermedad que nos oprime. La muerte es la recuperación de la libertad, el regreso a la felicidad, la interrupción de la pesadilla. La muerte es la mano amiga que, sacudiéndonos, nos despierta del mal sueño.

Nuestro miedo a la muerte está injustificado. Al otro lado de la muerte nos espera el Dios de la Vida, el creador de nuestro espíritu inmortal. La muerte es sólo el instante de sobresalto que nos saca de la pesadilla y nos devuelve la paz.


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