De algún modo que no comprendemos, el Daimon chapucero nos ha atrapado en estos cuerpos tan chapuceros como su autor.
El noble Francisco de Borja había sido, como otros muchos en la corte, deslumbrado por la belleza de la emperatriz. En mayo de 1539 moría Isabel en Toledo, y el marqués formó parte de la comitiva encargada de trasladar el cadáver a Granada, donde iba a ser enterrado.
Como parte del ceremonial, el Caballerizo Mayor de la emperatriz, Francisco de Borja, era el encargado de cerrar el féretro tras depositar en él el cadáver y de abrirlo al llegar al lugar del enterramiento, para dar fe de que el cuerpo guardado en el ataúd seguía siendo el mismo.
El viaje cobra carácter iniciático.
El cortejo fúnebre transporta el cuerpo de la reina por los caminos manchegos y andaluces, bajo un sol ya casi de verano.
Doña Isabel había ordenado que no se la embalsamase...
En Granada don Francisco abrió el ataúd para reconocer el cadáver, para certificar la identidad del cuerpo.
El caballero contempló con horror a su bellísima emperatriz.
El rostro de la difunta, aquel rostro fascinante, estaba ya en proceso de descomposición. El cuerpo tan bello de aquella mujer se había corrompido por el camino.
De la aparente belleza de la carne no quedaba nada. Despojos hinchados y pútridos, gusanos...
Don Francisco abre la caja y mira, y lo que ve lo cambia para siempre. Es un instante de horror y de revelación. Esa caja contiene el auténtico sentido de la vida terrena, el misterio de misterios, lo que se esconde bajo la superficie cotidiana.
Francisco decidió entonces: “Nunca más servir a señor que se me pueda morir”.
Francisco de Borja sufrió un fuerte impacto, una intensa sacudida. Ya no volverá a ser el mismo. Ese instante de contemplación de la verdad conlleva un cambio radical. Comprende que la belleza terrena es engañosa, que bajo la atractiva piel de la emperatriz latía ya el principio de la corrupción, que la esencia de la materia es la podredumbre.
Don Francisco destapó la caja del misterio y descubrió la verdad: la carne se corrompe, la hermosura física se pudre, la belleza de la materia es falsa apariencia.
Al término de la tétrica peregrinación por tierras castellanas, don Francisco ve la verdad. Y se aparta del mundo para siempre. Se aparta del reino del Daimon que gobierna la materia, y emprende el camino hacia la Luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario