Los Buenos
Cristianos no podían concebir que el Dios de Amor permitiera la condenación
eterna de uno solo de sus hijos.
El infierno
eterno no puede existir.
El infierno, el
reino del mal, es este mundo, corruptible y transitorio, y tendrá un fin.
La eternidad
pertenece sólo a Dios, puesto que la eternidad, como el ser, como la bondad,
pertenece a las categorías del Bien, y el Mal sólo puede manifestarse en el
no-ser (el Nichil), lo provisional, lo temporal, lo vano.
La nada que es
este mundo no es obra divina.
Sólo el árbol
bueno da buen fruto. Sólo el árbol divino proporciona la eternidad.
Los malos
tiempos de este mundo finito terminarán.
Las almas encarnadas
tendrán una eternidad de gozo.
La nada regresará
a la nada.
No habrá
condenación eterna.
Existe otro
mundo, incorruptible y eterno, de pura alegría y pura bondad.
El reino del que
Cristo dijo: "Mi reino no es de este mundo" (Juan 18, 36).
Los cátaros, convencidos
de que el Bien iba a triunfar, aguardaban con esperanza el regreso a la patria
celestial.
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